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♦♦Cabernet Franc: la uva discreta que conquista sin despeinarse

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El Cabernet Franc celebra su día internacional y lo hace como vive: sin hacer ruido y sin reclamar focos. Es la uva que prefiere el susurro al grito. Esa que entra tímida en la copa y sale victoriosa en la memoria. La amiga elegante que nunca se despeina aunque haya viento. Mientras las cabernets más musculosas levantan pesas y portadas, la Franc sonríe desde el fondo de la sala y te atrapa con ese aire de “yo no quería, pero aquí estoy”.

La historia de esta uva es más viajera de lo que parece. Nació entre el suroeste francés, Navarra y Burdeos, al menos eso sostiene el INRA francés. Terminó estableciendo su residencia ideal en el Valle del Loira, donde decidió convertirse en protagonista. Chinon, Saumur-Champigny y Bourgueil son sus templos, sus camarines, sus escenarios. Allí desarrolla esa personalidad tan suya: ligera pero firme, fresca pero profunda. Y sí, es padre del Cabernet Sauvignon junto con la Sauvignon Blanc. Un cruce tan brillante que debería tener su propio spin-off en Netflix bajo el título de “Parenthood: edición vitivinícola”.

Cuando te acercas a la copa, el Cabernet Franc te recibe con un aroma que parece sacado de un playlist íntimo. Hay frambuesa fresca como domingo lento, violeta elegante como perfume caro y un famoso toque de pimiento rojo que divide opiniones, igual que las notas de audio de más de un minuto. También aparecen hierbas aromáticas, cassis, un punto mineral que recuerda a lápiz recién afilado y, cuando el vino está en modo “cita perfecta”, notas de fruta negra y especias suaves. Nada exagerado. Nada dramático. El equilibrio perfecto entre “estoy aquí” y “no necesito demostrar nada”.

En Francia hay auténticas joyas que justifican devoción. Clos Rougeard, el vino que provoca suspiros en bodega y precios siderales en subastas. Charles Joguet y su Chinon perfecto para hablar de literatura. Yannick Amirault, capaz de embotellar pureza sin quitarse la bufanda.

Italia aporta su propio icono, Le Macchiole “Paleo Rosso”, un Cabernet Franc tan sedoso que debería venir con una advertencia de adicción emocional. En Estados Unidos, Lang & Reed reivindican que Napa también sabe ser elegante. Argentina brilla con Zuccardi Polígonos y El Enemigo. Dos CF que combinan frescura andina y carácter vibrante. España, siempre creativa, aporta sus propias rarezas deliciosas. El monovarietal de Abadía Retuerta o la versión prioratina de Mas Doix, ambos pruebas de que esta uva también sabe hablar castellano con acento perfecto.

Y aunque no sea la uva más cinematográfica, sí se cuela de vez en cuando en historias con estilo. En la novela Sideways aparece como alternativa inteligente al Merlot demonizado por el protagonista. En The Good Wife, brinda en reuniones donde la tensión es tan elegante como los trajes. Jay McInerney, crítico de vinos y escritor neoyorquino, la describe como “el vino que pide conversación inteligente”. Una definición que el Cabernet Franc recibe con esa sonrisa suya, de medio lado, como quien agradece el cumplido pero sabe que puede mejorar.

Celebrar su día internacional tiene lógica. Vivimos rodeados de urgencias, titulares y sobresaltos, y el Cabernet Franc es un recordatorio elegante de que también existen placeres discretos. Es el vino ideal para una cena tranquila, para verduras al horno, pastas con hierbas, quesos semicurados, carnes blancas y conversaciones que no terminan en discusión política. Es la banda sonora líquida de un plan que no necesita grandes fuegos artificiales para ser memorable.

En el fondo, el Cabernet Franc es una fracción de segundo bien aprovechada, un sorbo que cambia el día sin pedir permiso. Y ahí es donde The Second Fraction sonríe: porque hay vinos que levantan la voz, y otros, muy pocos, que te cambian la noche sin decir una palabra.

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