La semana entra en la redacción como un cucurucho de algodón de azúcar dejado al sol. Rosa, brillante, inútil para calmar el hambre. Un calendario que parece confeccionado por un pastelero con estrés creativo nos recuerda, de golpe, que celebramos el Día Mundial de las Frituras, el Día Internacional del Cabernet Franc, el Día de la Constitución Española, el Día Mundial de la Pera, y, porque el surrealismo nacional nunca duerme, el Día Nacional del Gazpacho en diciembre, esa anomalía climatológica que podría estudiarse en una cátedra interuniversitaria.
Vamos por partes, pero no rectas: al estilo de esta actualidad que avanza como un borracho elegante, zigzagueando, pero con intención.
Rusia ha vuelto a sonar esta semana como un restaurante de carretera a la hora punta. Bombas cayendo como churros mal escurridos, ruido de fondo. Ucrania intentando sobrevivir dentro de una freidora geopolítica donde todo chisporrotea demasiado cerca del borde.
Gaza, por su parte, sigue siendo la sartén más caliente del mundo. Negociación para abrir un paso, cerrar otro, permitir ayuda, impedir movimiento… Un baile sin música donde cada gesto parece crujir como croqueta congelada metida en aceite tibio. Y mientras tanto, ahí está la ONU, templando ánimos con el mismo éxito con el que uno intenta templar aceite cuando ya ha salido humo.
Y celebramos el Día Mundial de las Frituras justo en medio de esta quemazón global. El mundo se fríe solo y nosotros subimos recetas a redes sociales.
La inflación europea ha subido lo justo para recordarnos que los precios no van a bajar por inspiración divina. En Bruselas llevan meses diciendo que lo tienen “controlado”, pero la cesta de la compra sigue costando lo mismo que una matrícula universitaria.
Y aparece, como redentor líquido, el Día Internacional del Cabernet Franc. Una celebración vinícola que tiene todo el sentido. Si la economía no mejora, al menos que respire el paladar. El Cabernet es el vino que no discute, que no comparece, que no exige comparecencia pública. Se abre, se bebe, acompaña y calla. Ojalá los informes macroeconómicos hicieran lo mismo.
El Día de la Constitución llega todos los años con liturgia de procesión laica. Políticos posando como si entendieran perfectamente el artículo 155, ciudadanos recitando de memoria solo el preámbulo y algún tertuliano explicando que él ya lo sabía todo desde el 78, aunque naciera en el 92.
Por si fuera poco, vivimos también el Día Mundial del Algodón de Azúcar, metáfora perfecta del discurso político nacional. Mucho volumen, poco sustento, pegajoso en los dedos y difícil de quitar del pelo.
Pero la joya del calendario es el Día Nacional del Gazpacho en diciembre. Una efeméride que solo puede haber inventado un genio o un funcionario con sueño. El gazpacho invernal es como un político madrileño hablando de nieves perpetuas: un concepto hermoso pero climáticamente improbable.
La ciencia, como siempre, llega a salvar el episodio:
- Investigadores afinan terapias capaces de devolver eficacia contra el cáncer.
- Equipos que estudian las células como quien estudia un motor, midiendo la energía viva segundo a segundo.
- Análisis genéticos que explican por qué el cerebro cambia en cinco movimientos, como una sinfonía humana perfectamente orquestada.
Y aquí estamos nosotros, celebrando el Día Mundial de la Pera, subiendo fotos de fruta mientras la ciencia nos avisa de que quizá podamos vivir más, mejor, o al menos con menos miedo. El contraste es tan grande que debería estudiarse en metafísica aplicada.
El único remanso de cordura semanal viene del fútbol femenino: España campeona de la Nations League, 3–0 a Alemania, doblete de Claudia Pina, gol de Vicky López, y setenta mil almas cantando como si la realidad se hubiera quedado fuera del estadio esperando turno.
Ellas juegan como quien no teme al mañana. Ellas meten goles mientras los gobiernos meten miedo. Ellas levantan copas mientras los bancos centrales levantan gráficos. Si el resto del país aprendiera de ellas, tendríamos menos crispación y más asistencias.
La semana acaba con sabor mixto: un poco de fruta, un poco de vino, un poco de fritanga global. El mundo celebra efemérides como quien lanza caramelos en una cabalgata, para que no miremos demasiado de cerca los informes sobre guerras, inflación y diplomacias empantanadas.
Todo huele a feria: luces brillantes, algodón de azúcar en el aire, churros fríos en la mano. Y debajo de ese espectáculo dulce, la actualidad sigue gruñendo, hirviendo, casi quemándose.
Pero aquí seguimos, como siempre, abriendo el periódico con la esperanza ingenua, y necesaria, de que la próxima noticia llegue más templada, más tierna, menos frita.
Porque incluso en semanas así, la vida también da goles como los de Pina y López, ciencia que cura y vinos que consuelan. Y con eso, de momento, basta.





